Como
venimos haciendo en días anteriores, seguimos publicando vivencias de la
Antología 2013.
PURPURINA
Los aplausos aún resonaban en el local y Rosa Peineta
podía
sentirlos en su corazón. Ramos de flores de sus
admiradores
decoraban su camerino, la pared estaba empapelada con
pósters
de sus artistas favoritos y las grandes bombillas del
espejo
alumbraban la estancia con una cálida luz amarilla.
Mientras se quitaba las pestañas postizas miraba de reojo
el tablón de la inspiración. Aquel viejo tablón de
corcho,
que le acompañaba siempre, era su punto de apoyo.
A lo largo de los años colgó fotos de sus hijos, frases
alentadoras
y recortes de paisajes que le infundían tranquilidad.
Dejó caer la peluca rubia al suelo y se acarició la
cabeza
desde la frente hasta la nuca. Resopló. Se desató el
corsé
para poder respirar mejor y se secó el sudor del cuerpo.
El nombre artístico Rosa era por su madre,
con la cual no hablaba desde hacía años.
“Nunca serás nada”, le decía esta.
Cuando volvió a mirarse al espejo ya era Roberto otra
vez.
“Cásima”
(VII
Antología pág. 289)
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